sábado, 8 de noviembre de 2014

Falangistas también van a por la casta

El lugar común de que los extremos se tocan puede llegar a ser cierto en algunos casos. La noche del siete de noviembre, un grupo de falangistas se concentró en la Plaza de la Ópera para manifestarse a favor de la unidad de España. Los más jóvenes, uno con una lata grande de Mahou Clásica en mano, cantaban consignas contra el separatismo con su brazo derecho alzado al mejor estilo hitleriano, mientras que los más adultos ondeaban sus banderas nacionales con el mayor de los orgullos.

Cerca de las 20:22, un chico de las juventudes falangistas subió a la tarima para dirigirse a sus camaradas. Al tomar la palabra fustigó a los que acusó de ser culpables del separatismo y sus cómplices. “Cuando Telecinco coloca en su pantalla a caricaturas del españolismo como Belén Esteban está colaborando con el separatismo”.

A medida que avanzaba su discurso, los partidarios de sus ideas se acaloraban más en medio de la noche otoñal. Luego el fustigado fue el presidente Mariano Rajoy, por la supuesta permisividad que ha tenido con los movimientos independentistas. Lo que vino a continuación hizo que viajara a la Caracas de 1998. El muchacho calificó de “podrido” el sistema bipartidista español y lo culpó de la crisis reinante en la actualidad.

Se encienden las alarmas. La todavía joven democracia española puede verse amenazada por la sombra del mal encausado hastío de los ciudadanos. Si un grupo de muchachos de ultraderecha coincide con su lado opuesto en acabar con la llamada “casta”, es un indicativo de que los partidos tradicionales deben hacer algo urgente para conservar el estado de derecho, la independencia de poderes y la libertad de expresión: en fin, la democracia.

En Venezuela, en 1998, Hugo Chávez, un outsider, autor de la intentona golpista de 1992, llegó a la presidencia gracias a un grupo de la población que se había alejado de los partidos a los que durante décadas apoyaron con firmeza. El electorado se inclinó por opciones radicales y antisistémicas. Se incrementó el grupo de ciudadanos que se declaraban independientes y apolíticos (no interesados en la política), y los partidos tradicionales perdieron su credibilidad como instituciones intermediarias entre el Estado y la Sociedad Civil.


Hoy, 16 años después Venezuela está sumida en la más grande miseria de su historia. Un grupo de militares logró destruir la democracia más estable de América Latina usando al mismo sistema para implosionarla. Una vez en el poder  no lo soltaron hasta hoy. Los venezolanos que estamos en España no queremos el mismo destino para la tierra que nos ha acogido. Es nuestro deber alertar a los más jóvenes, a la clase media y en especial a los dueños de medios para que contribuyan con la conservación de la democracia.     

No hay comentarios:

Publicar un comentario